domingo, 29 de enero de 2012

Antibióticos, Fleming y la penicilina T.3 E.2

La historia de la ciencia moderna está repleta de descubrimientos que han beneficiado a la humanidad, pero pocos han salvado tantas vidas como los antibióticos. Pero antes de empezar, pongámonos en situación.


Hace 100 años, las enfermedades infecciosas eran la principal causa de muerte en todo el mundo. Enfermedades como la tuberculosis, el cólera, la neumonía, la gonorrea o la viruela mataban a millones de personas todos los años. En la guerra, la principal causa de muerte no eran las balas ni las bombas, eran las infecciones provocadas por las heridas en combate y la septicemia (una infección grave que se extiende por todo el cuerpo), además de la sífilis que contraían los soldados frecuentemente. Miles de personas sufrían amputaciones de brazos y piernas por rasguños, agravados por infecciones que provocaban gangrena.


Todos los investigadores del mundo se afanaban por encontrar la cura a estas enfermedades, pero sin dañar al paciente con algún efecto secundario, lo que algunos denominaban las "balas mágicas".


Pero los primeros en encontrar una cura para estas enfermedades no fueron los médicos europeos modernos. Hace 1000 años, el médico y filósofo Avicenas ya recomendaba que algunas heridas infectadas fueran frotadas con moho, ya que en algunos casos los pacientes experimentaban mejoría; aunque obviamente no sabía el por qué de esta reacción.




A principios del siglo XX, un médico alemán llamado Paul Ehrlich desarrolló una sustancia parecida al arsénico para tratar a enfermos de sífilis, pero producía graves efectos secundarios. Seguían sin encontrarse las balas mágicas.


No obstante, la historia de la medicina cambió un día en el que un médico de Londres, Alexander Fleming, rebuscaba entre cientos de placas Petri en busca de información para escribir un artículo. Fleming encontró una placa en la que había cultivado estafilococos áureos, y observó que había crecido un moho, el Penicillium notatum, en la placa. Antes de tirarla, el médico observó que alrededor del hongo las bacterias habían desaparecido. Algo que otros habrían pasado por alto, él se fijó en ello.




Fleming ya tenía experiencia observando lo que nadie observaba. Unos años atrás, un excombatiente enfermo estornudó sobre una placa Petri en la que crecía un cultivo bacteriano. Unos días más tarde notó que las bacterias habían sido destruidas en el lugar donde se había depositado el fluido nasal. Así, Fleming descubrió la lisozima, un enzima reparadora presente en diversas secreciones humanas como la saliva (por esta razón, cuando nos hacemos un rasguño en el dedo, por ejemplo, instintivamente nos llevamos el dedo a la boca). 


Cuando Fleming observó la placa con el moho, dedujo que éste producía una sustancia que mataba los estafilococos. Poco después, publicó un artículo exponiendo sus resultados en el British Journal of Experimental Pathology. Sin embargo, las cantidades de esa sustancia eran demasiado pequeñas como para curar a un ser humano.




Unos años después, un grupo de químicos liderados por Florey y Chain rescató este descubrimiento ya olvidado y comenzó a sintetizar esta sustancia llamada penicilina. El equipo comenzó con una liofilización (proceso por el cual se congela una masa acuosa y luego se somete al vacío) y obtuvo un polvo de color oscuro, formado por penicilina y algunas impurezas. Tras esto, decidió disolverlo en metanol y así disolvió la mayoría de las impurezas y volvió a someter el producto a otra liofilización, de manera que se obtenía un producto parcialmente purificado.


Tras realizar ensayos con ratones, se demostró que la penicilina mataba las bacterias y dejaba intacto al paciente. Así lo comprobó Fleming con un amigo íntimo que agonizaba por una infección. El médico, en una medida desesperada, inyectó la sustancia, aún sin testar, en la médula del paciente. A los pocos días, el amigo de Fleming estaba completamente recuperado.


Tras los ensayos clínicos, lo único que faltaba era producir cantidades suficientes de penicilina para curar a todo el mundo. La máxima cantidad que se había sintetizado eran apenas unos miligramos. Mediante una variedad del moho Penicillium más prolífica, cultivaron la penicilina en tanques y obtuvieron toneladas de penicilina. 



Este invento fue aclamado por los medios la comunidad científica y la población. Parecía un milagro que existiese una sustancia que curaba a enfermos agonizantes de neumonía o sífilis sin dejar rastro en el paciente. Fleming, junto a Florey y Chain, fue galardonado con el Premio Nobel de Medicina en 1945 por salvar millones de vidas humanas con su trabajo. A día de hoy, Alexander Fleming es la persona que más vidas ha salvado y sigue salvando día tras día.

2 comentarios:

  1. Bastante bien.
    Un detalle: Fleming observó lo mismo que otros mucho, pero él se interesó, se hizo preguntas... y de ahí surgió una idea.
    Buen acierto lo de nombrar a Avicena (Ibn Sina).

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